«Comienzo porque comienzo, comienzo por comenzar» tal como reza la Albada de Jaca en la versión de Antonio Viñuales. Comienzo y ya veremos a dónde me lleva el camino.
Transcurría el año 1560, en concreto el día 4 de septiembre, cuando el Dr. Vitales (natural de Alberuela de Laliena), Provisor del obispo de Huesca, D. Pedro de Agustín y Albanel, realiza una visita de inspección a Liesa. Se trata de una visita rutinaria y sistemática a todas las parroquias dependientes de la diócesis de Huesca; ese mismo día ha visitado Velillas. En el Libro de Visitas se anota el inventario de bienes de la parroquia así como todas aquellas necesidades observadas para la satisfactoria realización del culto; estas últimas se encargan a los responsables del lugar bajo amenaza de multas concretas si no se realizan en un plazo determinado. Respecto a Liesa, en el citado Libro de Visitas puede leerse: «Lo que mandó hazer en la yglesia de St. Pedro (se refiere a la iglesia ahora en ruinas) es lo siguiente: … y se mude la escalera del coro por la parte por donde más cómodamente se pudiere hazer por quanto impide a la lumbre del altar; y se hagan puertas en la yglesia y un cobertizo a la puerta, que no sea muy grande, y esto dentro de un anno, so pena de doscientos sueldos; y unas crismeras de plata, dentro el mesmo tiempo; y dos vidrieras …» (Texto y datos extraídos del libro Viaje por pueblos oscenses de Jesús Conte Oliveros)

Está claro, y la imagen lo atestigua, que los aludidos con la multa recogieron la indirecta y se apresuraron a cumplir la orden, ya que las crismeras existen y llevan la fecha de 1561, para que no quede duda.
Un año después se publica la traducción al inglés del Romeo y Julieta del italiano Matteo Bandello (1480-1562).

Mientras, en Liesa, la iglesia medieval del Arrabal progresa en su ruina, y lo hará durante dos siglos más hasta que en los primeros años del siglo XIX se inaugure la nueva iglesia de San Pedro. Por contra, la prosperidad de la localidad va viento en popa, como lo atestigua el espléndido retablo de Esteban Solorzano de 1537.
En 1565 tenemos claro que alguien está tallando la dovela central (o clave) del arco de la puerta de acceso de Casa Marqués. Lo hace con oficio, rústico pero con savoir faire, imbuido ya con el espíritu de los nuevos tiempos renacentistas, rural y renacentista, pues. No debemos dudar de que si hay conocimiento, gusto y recursos para llamar a un afamado retablista como lo era Solorzano, es evidente que el resto de obras del siglo XVI en Liesa deberían estar en consonancia. Y lo están.
Todo está dispuesto para que, unos años más tarde, un tal William Shakespeare la lea y le deje una huella perdurable que desembocará en la obra cumbre de la literatura que conocemos como La excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta, 1597. Lejos de ser una obra romántica, impregnada de odio, muerte y sangre, es más bien una tragedia en toda regla. Sí, también hay amor, de ese eterno e incondicional.
Europa se está desprendiendo, parece que con algo de morriña, del lóbrego túnel del Medievo y se dirige a la luz que se vislumbra en su final. Lo hace con las herramientas que le prestan los nuevos estilos artísticos de la Edad Antigua, las formas clásicas del mundo griego y romano junto con las nuevas ideas humanistas estimuladas por la apertura al mundo real. Un lugar que puede y debe ser cambiado a gusto de la humanidad y en su nombre. Que el ideario estilístico clásico se deje ver en Liesa en forma de ventana es un hecho relevante, si pensamos que a mediados del siglo XVI el lugar es un minúsculo punto en el mapa de Europa, una aldea como tantas otras en la que el dominio secular de la Iglesia sobre haciendas, hacendados y siervos sigue siendo crucial.


Y allí esta esa construcción modesta que es posible que no alcance nivel preciso para ser residencia digna de la pequeña nobleza rural del pueblo. Sus dimensiones, su diseño y sus acabados distan mucho de los ricos palacios renacentistas que se llevan en otros lugares de España y en familias de más recursos. Pero ahí está esa ventana con arco de medio punto, con su pequeño entramado de arquivoltas, anunciándonos un mundo nuevo en el que el arco apuntado ya no tiene cabida ni tampoco los usos sociales que lo hicieron posible.


He sido muy severo con ciertas afirmaciones sobre el amor romántico. En realidad es un invento del Renacimiento europeo. A finales del siglo XVI las Julietas se asoman a los balcones buscando a su príncipe azul y los Romeos escrutan las ventanas buscando una mirada enamorada. Los caballeros andantes buscan pleitos por doquier derrotando a malandrines y dragones igualados en maldad por el ingenio de escritores de todo el continente europeo, en su camino de muerte y destrucción dejan un espeso reguero de enamoradas suspirantes. Todos leen sus aventuras multiplicadas por el sin par invento de la imprenta. El Amadís de Gaula (escrito un siglo antes que la talla de la piedras de Casa Marqués), a finales del siglo XVI lleva ya una centuria produciendo clones en todo el continente y pasa a ser el libro de cabecera de la mayoría de damas y caballeros de la burguesía española. Algunos leen demasiados libros de caballerías hasta el punto de sufrir severas indigestiones mentales, tal es el caso de nuestro Caballero de la Triste Figura.

Es muy probable que Miguel de Cervantes sufriera arcadas en presencia de determinadas novelas de caballerías o, en cualquier caso, no las tenía en muy alta estima. Se trata de idénticos procesos sociológicos por los que las telenovelas, determinados magazines, concursos o realytis televisivos han resultado odiosos para determinados intelectuales y público un poco exigente. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se publicó en 1605, tres años después de que se labraran las dovelas de Casa Lomero, a unos 10 metros de Casa Marqués.

Donde hay amor hay odio; es una máxima universal que también se cumple en Liesa. Y es socialmente admisible proyectar el amor o la belleza, pero no el rencor, lo mejor es librarnos de él, vetarlo en nuestros dominios cercanos. Una de las formas más socorridas de malquerencia a lo largo de la historia de la humanidad ha sido la envidia, convertida por la voz popular en «mal de ojo». Los remedios y símbolos para enfrentar el influjo maligno de otros hacia nuestra persona han sido variados a lo largo de la historia, pero, quizá el más socorrido ha sido el de la roseta hexapétala, que se emplea desde hace milenios. Este símbolo se ha usado como protección de personas y lugares desde el Neolítico; en el Renacimiento la arquitectura popular (también la elitista), se preña de rosetas de seis pétalos hasta desbordar los lindes de la normalidad.

Para ahuyentar la envida nada tan efectivo como las rosetas, mucho más que los crucifijos para los vampiros, por poner un ejemplo. La roseta tiene la particularidad de que reúne en sí misma la sencillez y la complejidad del cosmos. Es una figura que con la única ayuda de un compás y una sola medida, el radio de la circunferencia podemos trazar los seis pétalos que la forman, y seguir trazando figuras perfectas de seis pétalos hasta rellenar el vacío, la nada, sin tener que cambiar esa medida. ¿No estará construido el universo con semejante figura?, ¿No será el mal la ausencia de tan maravillosa forma? ¡Qué no podrá contra el mal semejante artefacto! Pues bien, si lo situamos de forma estratégica en puertas y ventanas el mal deberá renunciar a atacarnos. Y lo cierto es que casa Marqués posee una buena ración de amuletos hexapétalos: en la parte superior de la clave podemos leer la fecha de su fabricación, 1565, incisa sobre una especie de tabula ansata, quizá imitación de los ejemplares conservados de época romana; en el centro de la clave podemos observar un escudo que contiene una roseta hexapétala en su parte superior y una cruz de malta (esa es mi hipótesis) en su mitad inferior. Lo más llamativo es el friso del alféizar de la ventana con toda una serie de rosetas que mi imaginación ha duplicado en dos frisos y reproducido digitalmente.

Una ventana para el amor y contra el odio, un hueco por el que asomarse a la calle sin riesgo de que algún malandrín te cargue con una desgracia irremediable. Mi imaginación contempla una Julieta en el hueco de esa ventana, lo ha hecho desde que entendió el verdadero papel del Renacimiento en el conjunto de la cultura europea. Nadie encarga un marco de ese tipo para dejarlo vacío de contenido: no se trata de dejar pasar la luz hacia dentro sino de proyectarla hacia fuera en forma de belleza. Al mismo tiempo las rosetas impiden que la envidia penetre el interior de la casa. Es la ideología platónica de la perfección la que reflejan las obras renacentistas y la de Liesa, en su modestia, también.
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JESÚS VIÑUALES BORAU
Es muy bonito yayo. Me gusta mucho. Has puesto lo que estás haciendo en Rhinoceros!!!