Creo que fue en el otoño de 1988 cuando un grupo de alumnos de la carrera de Historia de la UNED de Barbastro tuvimos el privilegio de contemplar las pinturas rupestres del río Vero acompañados por un guía de excepción, Vicente Baldellou. Durante veinte años se habían realizado prospecciones sistemáticas de los barrancos del río en busca de señales de la prehistoria y protohistoria somontanesa. Recuerdo aquel día espléndido luminoso y caluroso a partes iguales, cuando todavía el sol respetaba el curso normal de la vida. Recuerdo las explicaciones entusiasmadas de Vicente no exentas de cierto deseo de epatar y, por supuesto, tengo todavía muy presente la impresión que me causó todo el conjunto de covachos visitados y sus pinturas, en especial las de Muriecho, en concreto las contenidas en el abrigo L, el más interesante desde mi punto de vista de los tres que existen con esa denominación.
En una pequeña cavidad, minúscula, vigilada por el arco lejano, pero majestuoso, de La Cunarda, se adivinaba una extraña escena imposible de descifrar para el ojo profano. Vicente Baldellou hizo la magia pertinente en estos casos; tal como advirtió, de forma excepcional mojó la pared con agua de una botella de plástico que portaba para tal fin y numerosos personajes, hasta entonces esquivos y fantasmales, se materializaron en el lienzo pétreo del abrigo formando una escena. Un conjunto abigarrado de figuras parecían danzar, mientras, un grupo de cazadores amarraba un ciervo en la parte inferior del conjunto. Aquello era increíble, de ensueño para un amante de la historia y del arte como yo. Y Vicente vertió sobre los presentes toda su sabiduría fruto de muchas horas de observaciones in situ a lo largo de días completos, desde el amanecer al anochecer, en diferentes estaciones, en todas las estaciones, de pernoctaciones en el sitio buscando la luz de los crepúsculos, de fotos e iluminaciones con todas las técnicas conocidas. Baldellou llevaba años persiguiendo una a una a esas enigmáticas figuras que se mostraban retadoras ante nosotros, y tenía respuestas que fue desgranando ante nosotros, por supuesto, también arrastraba lagunas y preguntas que, por desgracia, se llevó con él tras su fallecimiento. Desde aquel afortunado día, cuando se trata de arte rupestre siempre me viene a la mente aquella imagen, aquel pictórico y pintoresco grupo de personas que bien pudieron ser mis ancestros, en cualquier caso, la comprensión adecuada de aquella compleja coreografía que se mostraba ante nuestros ojos conduciría a un mejor conocimiento de la prehistoria local y, por tanto, de la humanidad en su conjunto; eso pensaba y pienso todavía.
Muchos años después de aquella experiencia me he propuesto restituir la carne pictórica de esos antropomorfos de Muriecho; de alguna manera, quiero darles la vida que el tiempo les ha robado. Y como ya sabe el que va leyendo este blog, navego entre lo científico y lo imaginario, entre la restitución digital rigurosa y la fabulación. No pretendo acertar, solo interpretar lo que veo y revivirlo. Así que, espero que se comprendan y respeten mis licencias.
El conjunto de los tres abrigos pétreos de Muriecho está situado en el lado derecho del barranco de Fornocal, afluente del río Vero. Las pinturas de dichos abrigos han sido asignadas en su mayoría al arte levantino, que se caracteriza por la naturalidad en el tratamiento de las figuras de animales y la estilización de las humanas. No todos los especialistas en arte prehistórico están de acuerdo en la datación y cronología de este tipo de representaciones, aunque la mayoría de ellos coincidirían en que se elaboraron durante el Neolítico pleno e incluso en los primeros tiempos de Edad del Bronce, es decir, entre 5 000 y 1 500 años antes de nuestra era. Lo cual no es precisar mucho ya que el Neolítico en la península Ibérica fluctúa de forma ostensible entre unas regiones y otras. Con lo que sí estarían de acuerdo es que el fenómeno pictórico prehistórico levantino es característico, por supuesto, del levante peninsular. El abrigo que nos ocupa (Muriecho L) es, esencialmente, un representante de esta tipología.
Ha pasado más de medio siglo desde que los historiadores se hacen preguntas sobre el panel rupestre de Muriecho y las respuestas, aunque variadas y productivas, siguen sin ser definitivas y, seguramente, nunca lo serán, la mía tampoco. Parto de la misma idea que Baldellou e imagino el conjunto pictórico dividido en sectores que por su tipología o intencionalidad pudieran tener algún tipo de independencia unos de otros. Decidió estudiar el panel repartiéndolo en cinco zonas y buscando significados a las mismas a través del estudio de las figuras individuales que las forman. Por supuesto que aventuró interpretaciones, pero su propósito era un análisis científico del conjunto por lo que en su trabajo priman las descripciones antes que las conjeturas. Por supuesto lo dicho de Baldellou es válido también para otros autores, como Ayuso y Painaud. Pero mi propósito es otro: busco interpretaciones y conjeturo sobre ellas con el sano o podrido propósito de realizar una recreación creíble/posible de todo el conjunto.
Creo que cada uno de los grupos que he mostrado responde a una intencionalidad, cada uno una faceta cultural esencial en la vida de una tribu con evidentes hábitos paleolíticos. En resumen: todo el conjunto pictórico de Muriecho L hace volar la imaginación y nos sitúa en otros tiempos. Nos habla de personas, de nuestros antepasados, que no diferían en nada de esos indios de las praderas americanas que aúllan defendiendo su terruño de los invasores blancos en las pelis del Oeste. Muriecho nos hace ver que todos nosotros participamos de una naturaleza común, con independencia del color de nuestros ojos o de como guisamos o nos comemos las alubias. Nos dice que si en el futuro tenemos problemas con la naturaleza solo podremos acabar con ellos con soluciones globales y comunes.
Referencias bibliográficas fundamentales para la presente entrada del bolg:
Las pinturas rupestres de la partida de Muriecho (Colungo y Bárcabo, Huesca). V. Baldellou – P. Ayuso – A. Painaud – M. a J. Calvo. Revista Bolskan, nº 17 (2000), pp. 33-86. Instituto de Estudios Altoaragoneses, (Diputación de Huesca)
Comentarios sobre el sector septentrional del Arte Levantino, por Anna AlonsoTejada y Alexandre Grimal. Revista Bolskan, nº 11 (2000), pp. 9-33. Instituto de Estudios Altoaragoneses, (Diputación de Huesca)
La cueva de los Grajos y sus pinturas rupestres, en Cieza (Murcia). Por Antonio Beltrán. Volumen 6 de Monografías arqueológicas. Seminario de Prehistoria y Protohistoria. Fac. de Filosofía y Letras, Zaragoza,1969.
Pinceles, plumas y gradinas. Sobre la lectura formal, estructural y funcional del «arte» prehistórico. J. Emili Aura Tortosa y F. Javier Fortea Pérez
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