A lo largo del año 2004 la Asociación Amigos de Liesa tuvo la iniciativa de recopilar fotos antiguas del pueblo con el fin de realizar una exposición. Se consiguió recuperar más de 100 fotos de particulares, que con gusto las cedieron para tal empresa. Entre ellas por su volumen y, sobre todo, por su calidad, destacaban las aportadas por Mercedes Betrán, la mayor parte de ellas de finales de los años cincuenta y de la década de los sesenta. Hay que añadir la sorpresa que supusieron algunas de estas instantáneas por su originalidad y elaboración. Mercedes tuvo la genial idea de realizar series de fotos para conformar una panorámica con ellas; algunas constan de hasta seis fotos que gracias a la pericia de la fotógrafa, que eligió la foto central para situar la cámara a fin de evitar graves distorsiones, se pudieron ensamblar satisfactoriamente. A mí me cupo el honor de escanear y conectar digitalmente las series de fotos por medio de Photoshop. Desmonté las fotos unidas con cinta adhesiva, las escaneé individualmente y, durante semanas, me dediqué a la grata tarea de componer imágenes panorámicas intentando que las uniones entre las fotos pasaran desapercibidas lo mejor posible. Retoqué imperfecciones, manchas y rayas y las dejé, hasta dónde pude, listas para su muestra. Hoy día forman parte de la decoración del club social de Liesa.
Veinte años después dirijo mi mirada de nuevo sobre algunas de esas panorámicas, en concreto tres de ellas, que ilustran el paso de una economía de subsistencia a otra en la que la agricultura mecanizada toma la palabra. Son tiempos en los que la autarquía económica y el aislacionismo político de España han sido relegados por el Plan de Estabilización de 1959. El comienzo de los años sesenta (época a la que pertenecen las fotos) supuso la modernización del país en multitud de parámetros, que se traducen sobre todo en el crecimiento del consumo interno de todo tipo de productos, desde automóviles, electrodomésticos hasta maquinaria agrícola, como es el caso. Atadoras, engavilladoras mecánicas, aventadoras, tractores y, sobre todo, trilladoras, reemplazan la mano de obra humana en las principales tareas de recolección de cereal. Las fotos que tomó Mercedes Betrán son la ilustración de ese salto que la economía española de posguerra tardó en implementar respecto a otros países europeos.
Las fotos que presento son una reelaboración de las que en su día compuse en blanco y negro; en este caso me he permitido colorearlas al estilo de aquellas postales de comienzos del siglo veinte tan demandadas por los turistas coetáneos. Mi propósito no es es otro que rendir un pequeño homenaje a Mercedes Betrán, a su lucidez estética, y por supuesto hacer un pequeño reconocimiento a la Asociación de Amigos de Liesa de la que me siento fiel servidor.
Completo esta entrada con un pequeño texto que, de algún modo, interpreta mi nostalgia por aquel mundo perdido de segadores y segadoras que (quizá por suerte) nunca volverá. Es un escrito costumbrista y romanticón que fue publicado en la revista Ro Zimbeler de Castillazuelo en su número 15 del año 2007a instancias de mi amigo Mariano Barón.







DE BRUTOS, BESTIAS Y VALORES
Democrático tábano de mis tardes de siega. Animosa abeja de la sangre que no hacías distinción entre el rojo espíritu de vida de hombres y bestias. Animal sagrado de la secreta secta de los taimados, nadie mejor que tú para explicar las grandes gestas de nuestros ancestros.
Con vocación de asesinos, como destripadores decimonónicos, buscabais presas en los estíos, escogiéndolas entre personas y bestias de carga. Clavabais vuestro acerado estilete, tras un elaborado estudio de los puntos vulnerables de segadores y segadoras, traspasando con audacia sus ropas, si era necesario. Sopesabais los pros y contras de una decisión en la que os iba la vida y, a menudo, acertabais a picar en el momento más desfavorable para vuestra presa, cuando ésta, cargada con la gavilla de preciosa mies, se encaminaba a entregarla al atador. Vuestro ingenio, constituido por selección natural a través de millones de decisiones de vuestros antepasados, no tenía ningún mérito, pero si vuestro tesón. A menudo caíais exangües de una certera hostia, pero, las más de las veces, conseguíais vuestro propósito. Teníais voluntad e instinto de asesinos alados. Amparados en el número, formando verdaderas escuadrillas de kamikazes, añadíais un punto de angustia a todos aquellos seres cuya transpirada piel anunciaba la existencia subterránea de rojos fluidos corporales. El sol y el sudor os brindaban su amistad, marcaban los objetivos a ensartar y añadían dramatismo a vuestro empeño.
Las mulas soportaban a los tábanos y a los hombres. Las mulas de mis estíos infantiles eran estoicas, serias, preferían trabajar a conversar. Quizá blasfemaban hacia adentro, quizá mentaban a la madre de su amo, pero hacia fuera eran pura cordialidad. Las recuerdo con su voluntad prestada, soportando el martirio de infinidad de pequeños monstruos alados. Las recuerdo lustrosas por el sudor, bondadosas, incapaces de llevar una conversación que pudiera contradecir a sus interlocutores, cuya cháchara, por lo demás, se reducía a un “so” o un “arre”, en el mejor de los casos.
Los hombres soportaban a los tábanos y, a menudo, a las mulas. No se andaban con chiquitas. Hay que tener en cuenta que sus objetivos eran los mismos que los de los tábanos y mulas, es decir, sobrevivir. ¿Qué importancia podía tener una picadura de tábano o el pinchazo de un cardo al recoger la mies? Aquellos segadores y segadoras de mi niñez eran gigantes acorazados por su voluntad. Su mayor virtud era disponer todas las estrategias para concluir su faena, no parar hasta tener todo el grano en el granero. Las mulas tenían su cola para batir al enemigo cuando éste, de forma artera, se disponía a abordarlas; con ella no les daban tregua. Pero el segador o la segadora, atacado por la espalda, ítem más, llevando la mies entre sus brazos, ¿qué podía hacer? Aguantarse, resistir; y lo hacía sin inmutarse como si el desquiciado tábano formase parte del trabajo y de la vida. Éste era el trato que nuestros padres y abuelos daban, no solo a los pequeños, sino también, a los grandes impedimentos de la vida, cuando de lo que se trataba era de vivir. A eso se le llamaba voluntad.
¿Qué si hecho en falta a los tábanos? Claro que no; ni siquiera a las mulas. Quizá a los hombres y mujeres aquellos; quizá a mí mismo, con mis ojos de niño de largas pestañas interrogantes. Es posible que lo que busque todavía, en cada verano, sean aquellos segadores con sus voluntades de acero. ¿Y si lo que en realidad añoro de aquel mundo es su mayor cercanía al Paraíso, a la naturaleza soñada? Lo que tengo por cierto es que no me importaría compartir hoy día algunos de los valores sociales de los que hacían gala, aunque para ello tuviera que recibir, de vez en cuando, el inesperado aguijoneo de un tábano.
Moraleja con forma de soneto:
Un astro diligente nos mantiene,
suya es la luz, suyo el bien perfecto
que regala a la Tierra con afecto,
al tiempo que la besa y la sostiene.
Pero la Tierra es torpe y no se abstiene
de ir tras la luz del metal abyecto,
que Selene le brinda con aspecto
de seductora Circe que conviene.
Cuando en la torpe trampa con descaro
y apartada del cielo, susurrando,
muera en la sombra, sola, sin reparo,
¿habrá vencido la noche?, ¿hasta cuándo?,
¿y de la Tierra?, ¿cuál será su amparo?
Tu voluntad, tu voz, reflexionando.
Interesante trabajo recopilatorio de las tradiciones .Las eras que aparecen , ¿ en que zona del pueblo se situaban ?
Se nota tu apego a Liesa y me llama la atención tu dominio de los recursos audivisuales.
Te sugiero un tema para el futuro : Los carboneros.
Gracias Alberto. Lo comentaremos presencialmente