Oh, Clío, musa de los poetas épicos, inspiradora de los historiadores, asísteme. Mi propósito es modesto y simple: relatar una historia de unos personajes secundarios que me rozan con sus sombras y me atemorizan con sus blancos huesos esparcidos por los recuerdos de mi niñez. Oh, Clío, ya sabes que la intención del que escribe sobre el pasado es conocerlo, satisfacer su curiosidad y la de sus congéneres pero que, en última instancia, lo que trata es saber cómo eran esos ancestros con el fin de conocerlos y, por extensión, conocerse a sí mismo; saber si hay algún denominador común que explique su devenir, si hay algún patrón divino en lo humano que justifique su existencia y que nos haga eternos. Ante la imposibilidad de hacerlo de forma material, sobrevivir al tiempo, trascender la historia, sea en las páginas de los libros, en una memoria virtual o en la memoria de las personas, ese es el propósito de la vida, de toda vida.
Cayó en mis manos, por circunstancias que no voy a desarrollar aquí, un documento perteneciente a la Catedral de Huesca en el que se hacía alusión a la localidad de Liesa, en la que nací. Como en otras ocasiones en las que se dan circunstancias parecidas, me puse manos a la obra para desentrañar su contenido. En estos casos parece que lo apropiado es conocer los personajes protagonistas y el escenario en el que se mueven. El texto en cuestión era una transcripción, quizá de finales del siglo XVII o primera mitad del XVIII, de un documento mucho más antiguo que, con toda seguridad, pertenece al año 1153. Se trata de una concordia a tres bandas entre los propietarios de la iglesia de Liesa, es decir, el matrimonio formado por Ferriz y Toda, el obispo Dodón de Huesca y los vecinos de Liesa. El documento pretende poner fin a las disputas entre las partes por el control de la citada iglesia mediante su donación a la Santa Limosna de la Catedral de Huesca, a cambio de la celebración de cien misas anuales y el alimento de cien pobres a cargo de la clerecía oscense. El texto que se incluye a continuación se ha transcrito del latín y traducido con la inestimable ayuda de Google y, en muchas ocasiones, saltándome la aparente literalidad con la que la rígida traducción me amenazaba. Así que, perdón a Google, a mis profesores de latín de mis primeros cursos de bachillerato (al fin y al cabo hice el bachillerato de ciencias). Perdón pido por mi atrevimiento a cualquiera que puede hacer una traducción mejor del documento, pues mis conocimientos del latín son limitados. Por cierto, la fecha del escrito en la transcripción original parece ser errónea, debido quizá a una mala interpretación del copista. Aprovecho la ocasión para agradecer a los que en su momento hicieron posible la consulta de este y otros documentos catedralicios.
Pero, ¿quiénes son los protagonistas del escrito?, ¿cuáles son los hechos? Respecto a éstos, hay que concluir que no parecen tener una gran envergadura histórica. En relación con las personas el asunto es algo diferente. En el texto se nombra a un tal Forti Ortiz, a Ferriz y Toda, al obispo Dodón y al pueblo de Liesa. Pues hay que investigar un poquito y, si lo haces, puedes llevarte una sorpresa al comprobar que poseen más importancia de la que podías suponer en un principio.
Forti Ortiz. Comencemos por el mayor de edad, y fallecido, según deja entrever el texto: Forti Ortiz. Parece ser que era hijo de Forto de Bara y lo que sabemos de él por los documentos nos configuran una imagen de un fiel servidor de la monarquía aragonesa desde Sancho I a Alfonso I. Esa confianza de los reyes en su persona determinó que fuera nombrado tenente de varias plazas fuertes, entre ellas Montearagón y Santa Eulalia, lugar en el que al parecer nacería su hijo Ferriz de Huesca.
Ferriz de Huesca. Hijo de Forti Ortiz, cabe destacar de él, al igual que en su padre, su fidelidad a la institución monárquica aragonesa. Persona activa, luchador infatigable, participó en todos los conflictos y hechos fundamentales en los que el rey de Aragón puso su mirada incluso, al parecer, en otros en los que la realeza aragonesa pudo tener intereses. Así, parece que participó en la batalla de Alcoraz durante la toma de Huesca e incluso llegó a luchar junto al Cid en el asalto a varias fortalezas levantinas. Mantuvo las tenencias de su padre Forti y alguna nueva tan importante como Huesca, de ahí que fuera conocido como Ferriz de Huesca. Participó también en el sitio de Bayona en 1131 y fue carne y uña con el rey Ramiro II al que salvó de ser capturado por el rey navarro García Ramírez, cuando éste lo atrajo a Vadoluengo cerca de Sangüesa con la aparente justificación de firmar una concordia. Con la abdicación de Ramiro II en su yerno, el conde barcelonés Ramón Berenguer IV, Ferriz mantuvo su lealtad inquebrantable con el catalán. En 1153, fecha de nuestro documento, tal como en él se dispone, se realiza un acto de concordia entre el matrimonio Ferriz y Toda con el obispo Dodon por el cual donan la iglesia de Liesa a la Santa Limosna de Huesca, institución catedralicia regida por el citado obispo. A cambio el prelado se compromete a celebrar cada año cien misas por el alma del padre de Ferriz, Forti Ortiz, y las de sus parientes y a dar de comer a cien pobres (cifra sorprendente para el tamaño de la ciudad de Huesca, se supone). Con este acto se pretende saldar de una vez por todas las rencillas que arrastraban el obispo Dodon, el noble Ferriz y los vecinos de Liesa. Dos años más tarde, en 1155, el matrimonio Ferriz-Toda dona una propiedad en Sesa a la iglesia local de la que un hijo suyo, Blasco, es canónigo con la intención de que la administre de por vida, acto que nos da una idea certera de la sucesiva acumulación del poder secular en detrimento del laico. Mención especial merece el hecho de que Ferriz no solo se libró de la escabechina de la llamada «campana de Huesca», que según la leyenda se llevó por delante la vida de numerosos nobles aragoneses opuestos a los intereses del rey Ramiro II, sino que prosperó como ningún otro noble y se constituyó como pilar esencial de la institución monárquica. Baste decir, por último, que Ferriz y Toda, además de Blasco tuvieron dos hijos y tres hijas más: Marco Ferriz, Ozenda, Marquesa, Rodrigo de Lizana y Blasquita de Benasque. Sobre esta última y su hija haremos girar el final de nuestra investigación, si se me permite llamarla así.
Blasquita de Benasque. Hija de Ferriz y Toda, aparece como testamentaria en un documento de 1194. En él pide ser enterrada en la iglesia de San Pedro de Liesa a la que dona una heredad de Piracés que consta de casas, campos, oliveras y otros bienes. El resto de sus bienes se los deja a su nieto Ramón de Benasque, pero no sin antes asegurarse un espléndido entierro y el futuro de su descanso eterno. Para ello ordena a Ramón empeñar una heredad en Sasa del Abadiado por doscientos sueldos que deberá emplear para sufragar el entierro y el servicio del mismo, amén de repartir algo al resto de sus hijos que no van a recibir otra herencia. Por si fuera poco, lega sus casas de Liesa también a Ramón con la condición de que emplee 10 sueldos de forma anual en pagar misas por su alma, la de sus padres e hijos. Como vemos toda una parafernalia faraónica que asegure el bienestar en el otro mundo al que, de forma indefectible se encamina en 1194, y debemos observar que, Blasquita, en esa fecha debía ser una persona bastante mayor para los límites de supervivencia de la época.
Inés de Benasque. Fechado cuatro años después que el de su madre, Inés firma su testamento en términos muy similares: de nuevo elige la iglesia de San Pedro de Liesa como lugar de su sepultura y se asegura la imperturbabilidad de su descanso eterno. Para ello lega todas sus propiedades a su sobrino Ramón (nieto de Blasquita como apuntamos) a excepción de dos propiedades en Liesa que dona a la iglesia por su alma. A cambio, ruega a su sobrino que la entierre decorosamente junto a su madre y mantenga de forma adecuada su sepultura. Incluso compromete a otra sobrina suya, una tal Jusiana y a una sirvienta para tal cometido, con la condición de que su sobrino Ramón le entregue 100 sueldos cuando llegue el momento de su entierro. Todo bajo el lema “quia si me honoratis vos metipsum honorabitis. Et super hoc rogo ut memor anime mee sitis, quia pro aliis orat pro semetipso laborat”, que viene a decirle a su sobrino que si la honra es como si se honrara a sí mismo y que, por tal motivo, la recuerde pues su alma ruega por los demás y trabaja en su propia salvación.
¿Quiénes eran estas dos mujeres? Ya hemos indicado su filiación, pero hay otros seductores aspectos que haría falta remarcar sobre ellas y sus circunstancias. En primer lugar el aire de grandes señoras que se desprende de sus testamentos. En segundo lugar el hecho de su íntima relación con la localidad de Liesa, lo que nos puede dar una idea de la fuerte conexión que toda la familia Ortiz (que posteriormente sería conocida como Lizana) tenía con dicho pueblo. Desconocemos la población que mantenía este núcleo en el siglo XII así como la distribución de sus casas y a sus propietarios, pero podemos aventurar que, a todas luces, tenía mucha mayor que importancia política que en la actualidad. Eso sí, todavía existen vestigios de aquella primitiva iglesia de San Pedro donde los huesos de Blasquita, Inés, y, seguramente, su nieto y sobrino Ramón reposaron durante siglos.
No puede dejar de imaginar el porte señorial de esas dos mujeres, su autoridad, su prestancia. Mujeres educadas, inteligentes y cultas, conocedoras de la lengua latina, de sus mentores y de sus figuras principales. Mujeres al servicio de grandes ideales, al igual que sus parientes varones; duras hacia el exterior y tiernas en los entresijos de la domus. Señoras serías y recatadas, siempre sometidas a los mandatos divinos y a los reparos sexistas de un sistema patriarcal y feudal y que, a pesar de todo, han transcendido hasta la actualidad. Pues esas mujeres fueron enterradas hace más de 800 años a unos 20 metros de donde nací y vivo todavía. Recuerdo de niño y recordaré siempre los huesos que aparecían en las remociones del terreno junto a mi casa que, con toda seguridad, sirvió de cementerio para los habitantes de Liesa durante la Edad Media. Blasquita e Inés, dado su abolengo y el desembolso realizado por sus exequias, con todas seguridad fueron enterradas en el suelo de la nave central de la propia iglesia de San Pedro de la que solo permanecen en pie unos tristes vestigios.
Así que solo me resta repetir con Jorge Manrique:
[…]
XVI
¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d’Aragón
¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
como truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?
XVII
¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
d’amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
[…] Jorge Manrique: Coplas por la muerte de su padre (1476)
Los contenidos de la presente publicación provienen en su mayor parte de tres fuentes esenciales:
- M.ª Dolores BARRIOS MARTÍNEZ: Los Lizana (1089-1273). Instituo de Estudios Altoaragones (IEA).
- Federico BALAGUER: Los Lizana y Azlor durante el reinado de Ramiro II de Aragón.
- Juan F. UTRILLA UTRILLA: El dominio de la catedral de Huesca en el siglo XII: notas sobre su formación y localización.